Julio Camba
es un escritor peculiar del novecentismo: todos sus libros son recopilaciones
de artículos periodísticos, muchas de esas recopilaciones ni siquiera las hizo
él. Durante años, sus libros solo se encontraban en librerías de viejo. En los
últimos años se han vuelto a editar todos sus libros.
Nació
en Villa Nueva de Arosa, 1882/1884. Emigra muy joven a Argentina, donde entra
en contacto con un movimiento anarquista y es expulsado de Argentina. Regresa a
España, concretamente a Madrid, donde comienza a escribir para periódicos
anarquistas y republicanos. Visitó las tertulias literarias de los cafés
madrileños.
Su
éxito comienza a destacar cuando en 1908 el director de un periódico le ofrece
ir a Turquía como corresponsal, en el momento en el que el Imperio turco está
en auge. Comienza a mandar a Madrid crónicas sobre la vida allí, con lo que
empieza a tener mucho éxito entre los periódicos más importantes. Comenzará a
escribir crónicas desde diversas partes del mundo. Da un tono diferente a las
corresponsalías extranjeras, aunque no hace libros.
Cuando
está en estados unidos, el editor Gregorio Martínez Sierra manda a un copista a
la biblioteca y pide que copie los artículos de Camba, ya que cree que hay
mucha demanda de estos. En 1916 aparecen tres libros de Julio Camba, el
periodista de moda, de los cuales ninguno ha preparado él. Estos libros contribuyen
a consolidar su fama: Londres; Alemania: impresiones de un
español; Playas, ciudades y montaña. Fundamentalmente aparece como un
coronista viajero que le da un tono especial a lo que escribe.
Tras
la publicación de estos libros surgen otros, como por ejemplo, Un
año en el otro mundo, sobre Estados Unidos; La rara viajera, Aventuras de una
peseta.
Sobre
casi todo, sobre casi nada (artículos de viajero).
Julio Camba solo escribía por necesidad de dinero.
También
destacamos La casa del lúpulo o el arte de comer; La ciudad otomana.
A continuación adjunto un artículo de Julio Camba:
En defensa del analfabetismo
Nueva York, 17 de junio de 1931.
Mucho me temo que mi querido amigo Marcelino Domingo, ministro de Instrucción de la joven República española, inicie en serio una campaña contra el analfabetismo. El analfabetismo, como causa de atraso y de barbarie, es una superstición de nuestras izquierdas. “Hay que leer”, se dice; pero “¿Qué es lo que hay que leer?”, preguntaría yo. Para mí, este punto es de una importancia capital y, mientras alguien no me lo aclare de un modo satisfactorio, votaré por el analfabetismo. Yo creo, en efecto, que si España quiere conservar la originalidad de su carácter y de su inteligencia tiene que poner a salvo de las pamplinas periodísticas y los lugares comunes literarios un 50 por 100, cuando menos, de su población. Muy bien que en los Estados Unidos, el país de los trajes hechos y las sopas hechas, la gente utilice también pensamientos de fábrica. En este país el desarrollo de la instrucción primaria está justificado por la necesidad de destruir el pensamiento individual, pero España es el país más individualista del mundo, y no se puede ir así como así contra el genio de una raza. Ahí cada cual quiere pensar por su cuenta, y hace bien. Un pensamiento propio, por modesto que sea, vale más para uno que todo Pascal o La Rochefoucauld.
No hay que homologar analfabetismo con estupidez. Al contrario. Sin hablar de Homero, que era un analfabeto, no de las sagas norsas, que fueron hechas por analfabetos, ¿en dónde hay una literatura comparable a la de nuestro refranero y nuestra poesía popular? La cultura no aminora la estupidez de nadie. Puede aminorar el entendimiento, eso sí, pero nunca la estupidez, para la que constituye, en cambio, un instrumento precioso. Por mi parte opino que en España solo los analfabetos conservan íntegra la inteligencia, y si algunas conversaciones españolas me han producido un verdadero placer intelectual, no han sido tanto las del Ateneo o la Revista de Occidente como las de esos marineros y labradores que, no sabiendo leer ni escribir, enjuician todos los asuntos de un modo personal y directo, sin lugares comunes ni ideas de segunda mano.
Convendría dejar ya de considerar el analfabetismo español como una cantidad negativa y empezar a estimarlo en su aspecto positivo de afirmación individual contra la estandarización del pensamiento. Pizarro firmó con una cruz el acta notarial en el que se comprometía a descubrir un imperio llamado Birú o Pirú que quizá estuviese bastante al sur del Darién, y que terminó la conquista con otra cruz: una cruz que trazó con su propia sangre sobre las baldosas de su palacio de Lima, al caer en él acribillado a estocadas. Y no es que Pizarro haya descubierto el Perú a pesar de ser un analfabeto. Es que, probablemente, solo muy lejos de la letra de molde se pueden forjar caracteres de tanto temple.
Claro que ningún país puede mantenerse en pleno analfabetismo. Alguien tiene que saber de letras y de números, como alguien tiene que saber de leyes, alguien de Ingeniería, alguien de Medicina, etc., pero mi ideal con respecto a España es este: mientras no se descubra un procedimiento para que sean los analfabetos quieren escriban, que el arte de leer se convierta en una profesión y que solo puedan ejercerlo algunos hombres debidamente autorizados al efecto por el Estado.
Para Saber más sobre Julio Camba adjunto diversos enlaces externos:
- http://www.eldiario.es/escolar/analfabetismo-espanol_6_204089591.html
- http://es.wikipedia.org/wiki/Julio_Camba
- http://www.juliocamba.com/journal/